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"[...] Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor [...]
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo [...]
Movido por el Espíritu, vino al Templo [...] y bendijo a Dios diciendo:
« Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz;. porque han visto mis ojos tu salvación [...] " (Lucas 2, 21-35).